lunes, 11 de junio de 2012

Hay un poco de mi en Marina.

Hay cosas que no cambian, y ella era una de esas cosas. ¿Cuandos años habían pasado? ¿Dos, tres? Y seguía siendo la misma estúpida que se creía todas las mentiras de todo el mundo, seguía siendo la chica a la que se la conquistaba con cuatro bobadas. Marina no había cambiado, y me temí que jamás cambiaría. Muchas veces la dije que no debía creerse todo lo que la gente (la) dijese, pues no siempre se dice la verdad. La expliqué diferentes mentiras universales, y en ese saco metí los siempre y las promesas. Aún recuerdo cómo se escandalizó cuando la dije que las promesas son las mentiras bonitas, y los siempre una nueva forma de reirse en la cara de alguien sin que este se diese cuenta. Y justo ahora, en este preciso instante, creo que se ha dado cuenta de que yo llevaba la razón. Adoro a esa chica, aunque a veces me ponga enferma, no la aguante y la quiera dar un cocón para que reaccione. 
Fué, es y será siempre una niña inocente, que se lo cree todo y que, si a día de hoy la dices que el coco existe y vive debajo de su cama, se lo creerá y revisará la habitación cada noche. 
Marina, y yo, somos la misma persona.Yo también me trago todas las mentiras, a pesar de que sé que son eso ; mentiras. Y yo también creo en que los siempres y las promesas son reales, aunque se que son en verdad una mentira universal.

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