El otoño ya
acababa dando paso al invierno. Pensé que quizás ya era de retomarlo todo, de
volver a donde pertenecía, a arreglar todo lo que dejé a medias en mi huida. La
euforia que ardía dentro de mi era increíble, no pensé que regresar me pudiese
hacer sentir tan viva.
Nada mas
llegar recordé por qué me había marchado. Nunca olvidaré la lección que
aprendí... Cuando dejas algo lo dejas para siempre, no por un tiempo.
No me dolió
tanto darme cuenta de que las cosas no habían cambiado en absoluto como darme
cuenta de que yo tampoco había cambiado.
Antes de
regresa pensé que sería capaz de enfrentarme a todo, a los malos recuerdo y por
lo contrario, a los buenos... Me equivoqué. Los malos recuerdos me dejaban
débil ante mi peor enemigo, mi cerebro, quien mejor ha sabido manipularme
siempre, quien clavaba banderilla y los buenos aprovechaban para recordarme
todo lo bueno que dejé marchar y que nunca volverá y ahí era donde mi cerebro
asestaba la puñalada mortal y me dejaba indefensa ante cualquier ataque. Con
ataque me refiero a...
Volver a
verte. A verme reflejada en tus ojos... Me volvió a dejar caer en tus brazos.
No hay mas dulce amargura que la de tus labios amenazando con dejarme en coma
emocional de nuevo. Volví... Y nada más volver supe que ya me tenía que ir.
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