-¡Ariadna!
Oigo ese grito, pero sigo andando. ¿Cómo
diablos ha conseguido encontrarme? Estoy en plena 5ª Avenida. Nueva York,
Estados Unidos. No consigo explicarme qué hace aquí, persiguiéndome.
-Ariadna, para... No voy a hacerte daño.
Sigo haciendo caso omiso a sus palabras.
Ya le conozco y me sé su repertorio entero de mentiras. Además, hace mucho que
no me llamo Ariadna. Al conseguir la nacionalidad americana me cambié el
nombre.
-¡Tara!
Y entonces sí me paro. Me quedo quieta
mientras pasan por mis lados Neoyorkinos ansiosos por llegar a sus trabajos o a
reuniones, con trajes caros y comidas que valen su peso en oro. Me ha llamado
por mi nombre actual. Pero… ¿Cómo? Me doy la vuelta.
-¿Qué quieres?-Digo con un tono más borde,
incluso, de lo que pretendía que fuese.
-Hablar contigo. Sigues desaparecida.
Hay orden de búsqueda contra ti.
Miro a los lados, temiendo que alguien
nos oiga.
-Éste no es un buen lugar para hablar de
eso. Ni tampoco creo que sea bueno que nos vean juntos por la calle. Mis
conocidos y amigos transitan mucho esta calle. Dirígete dos manzanas hacia el
sur. En el farolillo de al lado de la puerta hay una llave, úsala y espérame
dentro.
Me giro, y sigo mi camino. Mientras
ando, me pregunto a qué habrá venido. Qué coño querrá ahora. No estoy segura de
si le tengo desagrado o miedo. Durante todo el camino sigo pensando en las
infinitas posibilidades de la visita de Nacho.
Llego, rebusco en mi bolso, y como
siempre, las llaves están al fondo. Abro la puerta, suelto el bolso, cierro con
un portazo y me dirijo al salón, donde lo veo sentado en mi estupendo sofá de
1.500 dólares. A su lado hay una maleta… “Joder, qué mal rollo..” pienso
mientras mi estómago ruje con ferocidad.
-Veo que has sabido llegar bien. Tengo
que comer algo, ven a la cocina y me vas diciendo que mierdas pintas en mi
casa.
-Vaya, hermanita… Pensaba que me querías
un poco más.
-No soy tu hermana. –Le digo antes de
que consiga formular una frase más. Su cara seria ahora tiene una sonrisa
vacilona.
-Legal y técnicamente, sí lo eres.
-El hecho de que Roberto se casase con
tu madre no nos convierte en nada.
-¿Nunca aceptarás a Robert como tu
padre?
-No. Porque no lo es. Yo no tengo
padres. No intentes hacerme creer que tú eres mi hermano, que Cristina es mi
madre y que Roberto es mi padre, porque no aguanto las mentiras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario