miércoles, 17 de octubre de 2012

First.


-¡Ariadna!
Oigo ese grito, pero sigo andando. ¿Cómo diablos ha conseguido encontrarme? Estoy en plena 5ª Avenida. Nueva York, Estados Unidos. No consigo explicarme qué hace aquí, persiguiéndome.
-Ariadna, para... No voy a hacerte daño.
Sigo haciendo caso omiso a sus palabras. Ya le conozco y me sé su repertorio entero de mentiras. Además, hace mucho que no me llamo Ariadna. Al conseguir la nacionalidad americana me cambié el nombre.
-¡Tara!
Y entonces sí me paro. Me quedo quieta mientras pasan por mis lados Neoyorkinos ansiosos por llegar a sus trabajos o a reuniones, con trajes caros y comidas que valen su peso en oro. Me ha llamado por mi nombre actual. Pero… ¿Cómo? Me doy la vuelta.
-¿Qué quieres?-Digo con un tono más borde, incluso, de lo que pretendía que fuese.
-Hablar contigo. Sigues desaparecida. Hay orden de búsqueda contra ti.
Miro a los lados, temiendo que alguien nos oiga.
-Éste no es un buen lugar para hablar de eso. Ni tampoco creo que sea bueno que nos vean juntos por la calle. Mis conocidos y amigos transitan mucho esta calle. Dirígete dos manzanas hacia el sur. En el farolillo de al lado de la puerta hay una llave, úsala y espérame dentro.
Me giro, y sigo mi camino. Mientras ando, me pregunto a qué habrá venido. Qué coño querrá ahora. No estoy segura de si le tengo desagrado o miedo. Durante todo el camino sigo pensando en las infinitas posibilidades de la visita de Nacho.
Llego, rebusco en mi bolso, y como siempre, las llaves están al fondo. Abro la puerta, suelto el bolso, cierro con un portazo y me dirijo al salón, donde lo veo sentado en mi estupendo sofá de 1.500 dólares. A su lado hay una maleta… “Joder, qué mal rollo..” pienso mientras mi estómago ruje con ferocidad.
-Veo que has sabido llegar bien. Tengo que comer algo, ven a la cocina y me vas diciendo que mierdas pintas en mi casa.
-Vaya, hermanita… Pensaba que me querías un poco más.
-No soy tu hermana. –Le digo antes de que consiga formular una frase más. Su cara seria ahora tiene una sonrisa vacilona.
-Legal y técnicamente, sí lo eres.
-El hecho de que Roberto se casase con tu madre no nos convierte en nada.
-¿Nunca aceptarás a Robert como tu padre?
-No. Porque no lo es. Yo no tengo padres. No intentes hacerme creer que tú eres mi hermano, que Cristina es mi madre y que Roberto es mi padre, porque no aguanto las mentiras. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario